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Miles de personas en el mundo han recuperado la alegría y el encanto de la vida.

Talleres de Oración y Vida

Padre Ignacio Larrañaga

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El Contemplativo Hoy

La contemplación no es un discurso teológico en el que se teje una brillante combinación con imágenes de Dios, manejando premisas y sacando conclusiones. El contemplativo es ante todo, un admirador. En su entender (verbo activo) hay elementos pasivos: admiración, gratitud, emoción. Por consiguiente, la contemplación está en las mismas “armónicas” que la admiración.

Se trata de aquella suspensión llena de asombro que experimentaba Pablo cuando decía: “¡Oh profundidad de la riqueza, de la sabiduría y ciencia de Dios! ¡Qué insondables son sus

pensamientos, qué indescifrables sus caminos!” (Rom. 11, 33).

Me atrevería a decir que, en cierto sentido, la capacidad contemplativa de una persona es proporcional a su capacidad de asombro. Por eso nunca el contemplativo está consigo o vuelto hacia sí. Está siempre en éxodo, en movimiento de salida y proyección hacia el Otro, completamente “extasiado” y arrebatado por el Otro.

Como se sabe, la capacidad de asombro y el narcisismo están en proporción inversa. Narcisismo e infantilismo son una misma cosa, así como la madurez y el narcisismo están en los polos opuestos. En nosotros, la adhesión desordenada a nosotros mismos provoca las reacciones de euforia o de depresión, desequilibrando la estabilidad emocional.

En la contemplación no hay ningún punto de referencia a sí mismo. No le importan al contemplador las cosas que se refieren a sí mismo: sólo le causan impacto las cosas que hacen referencia al Otro. No se exalta por los triunfos ni se deprime por los fracasos.

Por eso, a los grandes contemplativos los vemos llenos de madurez y grandeza, con una inalterable presencia de ánimo con la característica serenidad de quien está instalado en una órbita de paz por encima de los vaivenes, turbulencias y mezquindades del cotidiano vivir.

El contemplativo está sumergido en el silencio. Es el silencio poblado de asombro y presencia que sentía el salmista cuando decía: “Señor, nuestro Dios, qué admirable es tu nombre en toda la tierra” (Sal. 8).

Extractado del libro Muéstrame tu Rostro de P Ignacio Larrañaga