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Miles de personas en el mundo han recuperado la alegría y el encanto de la vida.

Talleres de Oración y Vida

Padre Ignacio Larrañaga

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El Espíritu Santo y María

Donde María se hace presente, se da una presencia clamorosa del Espíritu Santo. Esto acontece desde del día de la Encarnación. Aquel día fue la «Persona» del Espíritu Santo la que tomó posesión total del universo de María. Desde aquel día, la presencia de María desencadena una irradiación espectacular del Espíritu Santo.

Cuando Isabel escuchó el ¡Hola Buenos días! de María, automáticamente ella «quedó llena del Espíritu Santo» (Lc 1, 41). Cuando la pobre Madre estaba en el templo, con el niño en los brazos, esperando su turno para el rito de la presentación, el Espíritu Santo se apoderó del anciano Simeón para decir palabras proféticas y desconcertantes.

En la mañana de Pentecostés, cuando el Espíritu Santo irrumpió violentamente, con fuego y temblor de tierra, sobre el grupo de los Comprometidos, ¿acaso no estaba, este grupo, presidido por la Madre? (Hch 1,14). No sé qué relación existe: pero algún parentesco misterioso y profundo se da entre estas dos «personas».

El libro de los Hechos recibe el nombre de «Evangelio del Espíritu Santo», y con razón. Es impresionante. No hay capítulo, en este libro, donde no se mencione al Espíritu Santo tres o cuatro veces. En este libro, se describen los primeros pasos. ¿No es verdad que esa Iglesia naciente, que, estaba presidida por la presencia invisible del Espíritu Santo, estaba          también presidida por la presencia silenciosa de la Madre como ya lo hemos visto?

Ahora bien, esta presencia, tan explosiva, del Espíritu Santo en la Iglesia primitiva, ¿no sería, una vez más, efecto de la presencia de María? Si el Espíritu Santo es el impulso dinámico en la vida de la Iglesia, y particularmente en sus primeros pasos, ¿no fue María el alma generadora de aquella Iglesia, y particularmente en sus primeros pasos, ¿no fue María el alma generadora de aquella Iglesia naciente?

Existe una relación misteriosa y profunda entre ambas personas. Parece que la presencia de María siempre coincide con la presencia del Espíritu Santo.

Si los apóstoles recibieron todos los dones del Espíritu, en aquel amanecer de Pentecostés, podremos imaginar qué plenitud recibiría Aquella que, otrora, recibiera la Presencia personal y fecundante del Espíritu Santo. La audacia y la fortaleza con las que se desenvuelve la Iglesia, en sus primeros días, ¿no sería una participación de los dones de la Madre?

Pero, además de eso, es preciso buscar otra explicación, digamos así, psicológica, a ese coraje temerario de los discípulos. Entre los bastidores está la Madre. Todos sabían dónde estaba ella: en la casa de Juan y a los cuidados de Juan. En esa casa, Juan era el nuevo hijo. Pero, en esa casa, todos se sentían como hijos.

El título más preciso que se le ha dado a María es este: Madre de la Iglesia.

Extractado del libro “El Silencio de María” de p. Ignacio Larrañaga