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Talleres de Oración y Vida

Padre Ignacio Larrañaga

Thousands of people have recovered joy and the
enchantment with life.

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Father Ignacio Larrañaga

Abandono, camino de alta velocidad.

El abandono es el camino más seguro porque es extraordinariamente simple. Es también universal porque todas las posibles emergencias de la vida están incluidas ahí. No hay peligro de ilusiones, ya que, en esta óptica, se contempla la realidad pura y desnuda, con objetividad y sabiduría. Donde hay sabiduría, no hay ilusiones. La ilusión de la omnipotencia infantil y todas las hijas de la impaciencia se vienen al suelo como las flores del almendro al golpe del cierzo.

El abandono hace vivir en alto voltaje la fe pura y el amor puro. Fe pura, porque atravesando el bosque de las apariencias descubre la realidad invisible, fundante y sustentadora. Amor puro porque se asumen con paz los golpes que hieren y duelen.

El abandono hace vivir permanentemente en espíritu de oración porque en cada momento de la vida nos llegan pequeñas molestias, decepciones, frustraciones, desalientos, calor, frío, dolor, deseos imposibles… y todo esto el hijo amado lo va relacionando con el Padre amante. La vida misma, pues, obliga al hijo «abandonado» a vivir perpetuamente entregado, nadando siempre en completa paz. El mayor disgusto se esfuma con un «hágase tu voluntad». No hay analgésico tan eficaz como el abandono para las penas de la vida.

En este camino se muere con Jesús para vivir con el Padre. Jesús murió a «lo que yo quiero» en Getsemaní para aceptar «lo que tú quieres». El «abandonado» muere a la propia voluntad que se manifiesta en tantas resistencias, apaga las voces vivas del resentimiento, apoya su cabeza en las manos del Padre, queda en paz y vive allí, libre y feliz. Viene a ser como esa hostia blanca, tan pobre, tan libre, tan obediente que, ante las palabras consagratorias, se entrega para convertirse en el cuerpo de Cristo. Viene a ser como esas gotitas de agua que se entregan sin resistencia para perderse por completo en el vino del cáliz.

El abandono plenifica la vida porque los complejos desaparecen, nace la seguridad, se lucha sin angustia, no se preocupa por los resultados que sólo dependen del Padre y todas las potencialidades humanas rinden al máximo. Suaviza la muerte. He visto en la vida prodigios de transformación: Era una persona tensa porque sabía que se iba. Parecía una fiera herida y temerosa. Al final, se entregó con el «hágase» y depositó su vida en las manos del Padre. Y, casi repentinamente, aquel rostro se iluminó con la dulzura y belleza de un atardecer. Fue un final envidiable y admirable. ¡Cuántos casos de éstos!

Solamente en Dios Padre, el hijo amado quiere olvidarse, morir y perderse, como quien se deja caer en un abismo de amor, y allí encuentra el descanso completo. Pueden llegar pruebas, dificultades, crisis, enfermedades… El hijo amado se deja llevar sin dificultades por cada una de las voluntades que se van manifestando en cada detalle.

Por eso, el hijo «abandonado» nunca está abandonado. El Padre tiende la mano al hijo, y más fuerte se la aprieta cuanto más difíciles son los trances.

Por eso desaparece toda ansiedad por el porvenir incierto. ¿Qué será? ¿Qué no será? Será lo que el Padre quiera. En las alternativas inciertas de enfermedad o salud, de estima o de olvido, del triunfo o del fracaso, de las desolaciones o de las consolaciones, será lo que mi Padre quiera. El hijo hará todo lo posible para luchar y vencer en la medida de sus posibilidades. En lo demás se abandona con serena paz. Hágase su voluntad. Aunque se hunda el mundo, el hijo descansa en completa paz.

Tomado del libro “Muéstrame tu rostro”, Capitulo III, subtitulo “Camino de alta velocidad” de padre Ignacio Larrañaga.