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Miles de personas en el mundo han recuperado la alegría y el encanto de la vida.

Talleres de Oración y Vida

Padre Ignacio Larrañaga

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La fe y el Silencio de Dios

Creer es caminar en la presencia de Dios. (Gén 17,1) La fe es al mismo tiempo, un acto y una actitud que agarra, envuelve y penetra todo cuanto es la persona humana: su confianza, su fidelidad, su asentimiento intelectual y su adhesión emocional. Compromete la historia entera de una persona: sus criterios, actitudes, conducta general e inspiración vital.

En el vivir día tras día en busca del Señor, lo que más desconcierta a los caminantes de la fe es el silencio de Dios. “Dios es aquel que siempre calla desde el principio del mundo”, decía Unamuno.

La vivencia de la fe, la vida con Dios es eso: un éxodo, un siempre salir tras el Señor, buscándolo. Y aquí comienza la eterna odisea de los buscadores de Dios: la historia pesada, monótona, capaz de acabar con cualquier resistencia: en cada instante, en cada intento de oración, cuando parecía que esa “figura” de Dios estaba al alcance de la mano, el Señor se envuelve en el manto del silencio y queda escondido, dejándonos desconcertados.

De pronto el universo en torno a nosotros se puebla de enigmas y preguntas. Era una criatura preciosa de tres años, una meningitis aguda la dejó inválida para toda su vida. ¿Cómo es posible? Toda la familia pereció en un accidente una tarde dominical de regreso de la playa. ¿Dónde estaba Dios? y esas mansiones tan cerca de casuchas miserables… ¿qué hace Dios, no es Padre? ¿No es todopoderoso? ¿Por qué calla?

Es un silencio obstinado e insoportable que lentamente va minando las resistencias más sólidas. Llega la confusión. Comienzan a surgir voces, no se sabe de dónde, si desde el inconsciente, o desde ninguna parte, que preguntan “¿Dónde está tu Dios?” (Sal 41).

El creyente es invadido por el silencio envolvente y desconcertante de Dios y, poco a poco es dominado por una vaga impresión de inseguridad, en el sentido de si todo esto será verdad, si no será un producto mental; o si, al contrario, será la realidad más sólida del universo. Y se queda navegando sobre aguas movedizas, desconcertado por el silencio de Dios.

Solo un profundo espíritu de abandono, de confianza en Dios y una fe adulta nos librará del desconcierto y nos evitará ser quebrantados por el silencio. La fe adulta es la que ve lo esencial y lo invisible. Es la que “sabe” que detrás del silencio respira Dios y que detrás de las montañas viene llegando la aurora. Lo esencial siempre queda escondido a la retina humana, sea la retina del ojo o de la sensibilidad interior. Lo esencial, la realidad ultima, solo queda asequible a la mirada penetrante de la fe pura y desnuda, de la fe adulta, aquella que solo se apoya en Dios mismo y tiene la paciencia del trigal esperando el sol que lo hará nacer.

Levanten sus ojos y miren allá lejos donde está la fuente de la esperanza: Jesucristo Resucitado.

Basado en El silencio de Maria de p. Ignacio Larrañaga