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Miles de personas en el mundo han recuperado la alegría y el encanto de la vida.

Talleres de Oración y Vida

Padre Ignacio Larrañaga

Miles de personas en el mundo han recuperado
la alegría y el encanto de la vida.

Talleres de Oración y Vida

Padre Ignacio Larrañaga

El amor torna posible “lo imposible”

Si acogemos a las personas y a los acontecimientos a la manera de Dios, la oración es encuentro con Dios. Ese encuentro sencillo, cotidiano de buscar apasionadamente el Rostro de Dios es el que va rompiendo -una y otra vez- las fronteras que hay en nuestro corazón. Y, además, este encuentro es el que nos impulsa incesantemente a seguir las huellas de Jesús.

Los que experimentan vivamente que Dios es “mi Padre” experimentarán también que el prójimo que está a su lado es “mi hermano”.

Nuestro motivo principal de conducta tiende a ser el código del placer: evitar lo desagradable y conseguir lo agradable. Ni los principios de una buena educación ni las orientaciones psicológicas pueden neutralizar esos impulsos espontáneos.

¿Cómo será posible poner perdón allí donde el instinto reclama venganza? ¿Quién podrá poner suavidad allá donde el corazón exige violencia y dulzura allá donde hay amargura? ¿Quién podrá organizar esta revolución? Sólo Jesucristo.

Sólo Dios puede bajar a las profundidades originales del hombre para calmar las olas, controlar las energías y transformarlas en amor.

Dios, con la paciencia eterna, consigue mucho más de nosotros que nuestros rayos de cólera. En el fondo se trata de un tremendo equívoco: queremos echar a andar la maquinaria de la furia, diciendo: arranquemos el mal acabando con los malos. En el fondo se trata de una sola cosa: incapacidad de amar.

Nuestra experiencia cotidiana nos ha mostrado infinidad de veces que Dios no participa de nuestras impaciencias, de nuestros miedos, ni de nuestros instintos de castigo. Porque hay una palabra que es la que mejor define a Dios: Misericordia. Ella expresa admirablemente los rasgos fundamentales del rostro divino. Es, además, hija predilecta del amor y hermana de la sabiduría; nace y vive entre el perdón y la ternura.

Crecer en sabiduría es comprender que ningún ser humano es capaz de captar enteramente la verdad toda, y que no existe error o desatino que no tenga alguna parte de verdad. Y por ello le pedimos al Espíritu Santo que grabe a fuego en nuestra alma la oración de Francisco de Asís:

(…) No despreciaré a los que desprecian. No maldeciré a los que maldicen. No juzgaré a los que condenan. No odiaré a los que explotan. Amaré a los que no aman. No excluiré a nadie de mi corazón…Amaré sobremanera a los no amables.

Basado en el Libro “El sentido de la Vida” de P. Ignacio Larrañaga