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Miles de personas en el mundo han recuperado la alegría y el encanto de la vida.

Talleres de Oración y Vida

Padre Ignacio Larrañaga

Miles de personas en el mundo han recuperado
la alegría y el encanto de la vida.

Talleres de Oración y Vida

Padre Ignacio Larrañaga

El redentor de los instintos

Hemos luchado contra las tormentas. Hemos caminado por senderos que se cruzan en los desiertos. Hemos abierto las manos para que se llenen del polvo de las estrellas. Pero muchos de nuestros sueños volaron en alas de la muerte. Estamos llegando a la meta distante.

Si no damos el paso del amor emotivo al oblativo, el matrimonio fracasará; al amable todo el mundo ama y con el simpático todos simpatizan; para perdonar una ofensa, tengo que morir al instinto de venganza.

Nadie muere por gusto, nadie perdona por gusto. El morir a algo vivo no causa emoción sino dolor. Es como “dar la vida”, pero nadie da la vida por gusto, porque el instinto primario del hombre es buscar lo agradable y rehuir lo desagradable.

Las personas de carácter muy rencoroso, al tomar una venganza experimentan una especie de placer. La mayoría de las personas, al responder un grito con otro grito, sienten una misteriosa satisfacción. eso es lo espontáneo, lo natural. Hacer lo contrario, como callar ante un grito, tener paciencia ante una grosería, eso no es lo espontáneo.

Para devolver bien por mal, es imprescindible realizar de antemano una verdadera revolución en las leyes ancestrales del corazón. ¿Quién hará esta revolución? alguien que venga de fuera y se instale en los dos corazones. Y ese alguien tiene un nombre propio: Jesucristo.

Sólo Jesucristo puede instalarse en la intimidad del corazón y causar tan enorme satisfacción que compense el costo de tener que morir para amar.

Sólo aferrados fuertemente a Jesucristo vivo y vibrante con todas las energías adhesivas y unitivas, sólo así se pueden apretar los dientes, tragar saliva, callar, y responder al grito con el silencio y a la explosión con serenidad.

Sólo Jesús puede causar satisfacción y alegría cuando el cónyuge se decide a controlar los nervios, reprimir las compulsiones agitadas, refrenar los instintos y evitar las represalias.

Sólo Jesús puede invertir las leyes del corazón poniendo perdón donde el instinto gritaba venganza, poniendo suavidad donde el corazón exigía violencia, poniendo dulzura allá donde emanaba amargura, poniendo amor allá donde reinaba el egoísmo.

Ésta es la revolución operada en las viejas leyes del corazón humano. El secreto fundamental de una feliz y larga convivencia conyugal está en imponer las convicciones de fe sobre las reacciones espontáneas, en la intimidad con Jesús.

Sólo Jesús puede descender hasta las profundidades donde habitan los hijos del egoísmo, primero para controlarlos y enseguida para transformarlos en energías de acogida. Sólo Jesús puede redimir los impulsos salvajes de los abismos instintivos, a condición de que el Señor esté personalmente vivo en mi conciencia.

Todos sabemos cuáles son los impulsos espontáneos del corazón:

Soltar aquí un grito;
lanzar allí una ironía;
echar siempre la culpa al otro;
nunca realizar una autocrítica;
encerrarse en un silencio resentido;
cobrar hoy por un antiguo agravio;
tener una reacción desproporcionada
por una insignificancia;
retirar ahora la mirada, después de la palabra;
mantenerse reticente para que él sepa
que ya lo sé;
dar rienda suelta a la suspicacia…

Éstos (y otros) son los impulsos espontáneos que siempre brotan con dos típicas características: sorpresa y violencia. Las personas impulsivas tienden a ser compulsivas; son aquellas personas que, en el momento menos pensado cometen o profieren en despropósito del cual se arrepienten a los pocos minutos.

Cuando los impulsos salvajes intenten levantar la cabeza sorpresivamente, ¡deténgase!, esposo, esposa, ¡despierte!, ¡cuidado!; no es ése el estilo de Jesús, no es ése el precepto, el ejemplo de Jesús; pregúntese urgentemente: ¿qué haría Jesús en mi lugar?, ¿cómo reaccionaría?, ¿qué sentiría?, ¿qué diría?, ¿cómo actuaría?

Cuando el esposo o la esposa recuerden

cómo Jesús devolvió bien por mal;
cómo supo guardar silencio ante los jueces;
con qué delicadeza trató al traidor;
con qué amor miró a Pedro:
cómo perdonó setenta veces siete;
cómo fue compasivo con toda la fragilidad.

Cuando el esposo, o la esposa contemplen a este Jesús con los ojos de su alma, reaccionarán con bondad, suavidad y paciencia ante cualquier emergencia sorpresiva y turbulenta de la vida.

Cuando, en un descuido instantáneo, uno de los cónyuges sea asaltado por un impulso feroz, y, en un desborde incontrolado, cometa una barbaridad, ¡no importa! Primero, no asustarse. Segundo, no avergonzarse. Tercero, reconocer humildemente el mal momento. Cuarto, pedir disculpas y proponer vivir alerta sobre sí mismo para actuar en el futuro según los sentimientos de Jesús.

Es Jesús mismo, con la colaboración de los esposos, quien llevará, tomados de la mano, a los cónyuges a la sonada madurez. Jesús mismo hará culminar la aventura matrimonial en una dichosa ventura.

Tomado del libro “El matrimonio feliz”, de Padre Ignacio Larrañaga, OFM