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Miles de personas en el mundo han recuperado la alegría y el encanto de la vida.

Talleres de Oración y Vida

Padre Ignacio Larrañaga

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la alegría y el encanto de la vida.

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Padre Ignacio Larrañaga

Tiempo pasado. tiempo futuro (Abandono)

La vivencia del abandono se hace en dos tiempos: pasado y futuro. ¿Cómo vivir el abandono de ahora en adelante? Debes distinguir entre el esfuerzo y el resultado. La hora del esfuerzo es tu hora.  Abandonarse no consiste en cruzarse de brazos; al contrario, debes hacer todo lo posible poner todo el entusiasmo, toda la experiencia, buscando la colaboración de los demás como si todo dependiese de ti. No debes preguntar dónde está la voluntad de Dios. No esperes que baje un ángel para manifestártela: búscala tú mismo aplicando los criterios sanos de discernimiento.

Pero ¿qué sucede? Sucede que, aunque el esfuerzo depende de ti, el resultado no depende de ti, sino de una gran complejidad de causalidades. Por esta razón, la sabiduría dice que se debe levantar un gran muro que separe el esfuerzo del resultado. La hora del esfuerzo es tu hora; la hora del resultado es la hora del abandono.

Si los resultados no dependen de ti, es una locura que vivas preocupado. ¿Qué será? ¿Qué no será? Será lo que el Padre quiera. Tú has, por tu parte, todo lo posible; lo restante déjalo en sus manos. Ocupado, sí; preocupado, no. Lucha, sí, pero con paz. No se consigue nada con preocuparse o angustiarse.

Por vivir preocupados por los resultados, muchos queman grandes energías inútilmente. Antes de organizar un plan, mientras lo ejecutan, viven angustiados por el miedo al fracaso, viendo oposición en todas partes, sufren, destruyen energías; si el resultado ha sido negativo, se dejan oprimir por su peso, se tornan inseguros … Muchos males provienen del hecho de vivir preocupados por los resultados.

Acepta con paz todo aquello que tu esfuerzo no puede alcanzar. Abandónate en Dios a todas las limitaciones que te circundan. Acepta con paz el hecho de no ser aceptado por todos. Acepta con paz el hecho de querer ser humilde y no poder. Acepta con paz el hecho de no ser tan puro como quisieras. Acepta con paz el hecho de que los resultados sean más pequeños que los esfuerzos y de quedar siempre con un regusto de frustración.

Acepta con paz el hecho de que el camino a la santidad sea tan lento, tan largo, tan difícil. Acepta con paz la ley de la insignificancia humana, que quiere decir que, después de tu muerte, las cosas serán iguales como si nada hubiese sucedido. Acepta con paz la ley de la precariedad, de la transitoriedad, de la mediocridad, del fracaso, de la vejez, de la declinación de la vida, de la soledad, la ley de la muerte.  Acepta con paz el hecho de que tus ideales sean tan altos y las realidades tan pequeñas. Acepta con paz el hecho de querer agradar a todos y no poder.

Padre, en tus manos me pongo. Haz de mí lo que quieras. Así, tu herencia será la paz y tu morada también será la paz. Tienes que descubrir las fuentes secretas de resistencias y conflictos no para abrir las heridas, sino para curarlas. Reconciliarse es perdonarse. Y perdonarse es abandonar la resistencia en contra de alguien y, sobre todo, en contra de uno mismo. Ese alguien eres, principalmente, repito, tú mismo.

Tomado del libro “Dios Adentro” capitulo II: Por el abandono a la Paz de padre Ignacio Larrañaga.