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Miles de personas en el mundo han recuperado la alegría y el encanto de la vida.

Talleres de Oración y Vida

Padre Ignacio Larrañaga

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El Hijo, retrato de su Madre

Existen en los evangelios otros aspectos que son muy interesantes para saber, en forma deductiva, quién y cómo fue la Madre.

En primer lugar, Jesús es el Enviado que antes de proclamar las bienaventuranzas, Él mismo las vivió hasta las últimas consecuencias.

En segundo lugar, Jesús fue aquel Hijo que desde niño fue observando y admirando en su madre todo ese conjunto de actitudes humanas —humildad, paciencia, fortaleza— que luego habría de esparcir en forma de exclamaciones en la montaña. Digo esto porque siempre que aparece María en los evangelios lo hace con aquellas características que están descritas en el sermón de la montaña: paciencia, humildad, fortaleza, paz, suavidad, misericordia…

Todos nosotros somos, de alguna manera, lo que fue nuestra madre. Una verdadera madre va recreando y formando a su hijo, de alguna manera, a su imagen y semejanza, en cuanto a ideales, convicciones y estilo vital.

Para Jesús debió constituir una impresión muy fuerte el ir, desde sus más tiernos años, observando y admirando —y, sin querer, imitando— aquel silencio, aquella dignidad y paz, aquel no sentirse impresionada por las cosas adversas… de su Madre.

Es evidente que Jesús no hizo otra cosa en la Montaña, que diseñar aquella figura espiritual de su Madre que le surgía desde las profundidades del subconsciente, subconsciente alimentado con los recuerdos que se remontaban a sus primeros años.

Las bienaventuranzas son una fotografía de María.

Avanzando por entre las penumbras de las páginas evangélicas, vislumbramos un impresionante paralelismo entre la espiritualidad de Jesús y la de su Madre.

María, en el momento decisivo de su vida, resolvió su destino con la palabra hágase (Lc1, 38). Jesús, llegada «su hora», resolvió el destino de su vida y la salvación del mundo con la misma palabra hágase (Mc 14, 36). Esta palabra simboliza y sintetiza una vasta espiritualidad que abarca la vida entera con sus impulsos y compromisos, en la línea de los pobres de Dios.

Cuando María quiere expresar su identidad espiritual, su «personalidad» ante Dios y los hombres, lo hace con aquellas palabras: soy una esclava del Señor (Lc 1, 38). Cuando Jesús se propone a sí mismo como una imagen fotográfica, para ser copiado e imitado, lo hace con las palabras “manso y humilde” (Mt 11,29).

María afirma que el Señor destronó a los poderosos y encumbró a los humildes. Jesús dice que los soberbios serán abatidos y los humildes, exaltados.

De estos y otros paralelismos que se encuentran en los Evangelios, podríamos deducir que María tuvo una influencia extraordinaria en la vida y espiritualidad de Jesús; que mucho de la inspiración evangélica se debe a María como a su fuente lejana; en fin, el Evangelio es, en general, un eco lejano de la vida de María. 

Extractado del libro El Silencio de María del P. Ignacio Larrañaga.

Libro: El silencio de María

Capítulo 4, LA MADRE: (el Hijo, retrato de su Madre)