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Miles de personas en el mundo han recuperado la alegría y el encanto de la vida.

Talleres de Oración y Vida

Padre Ignacio Larrañaga

Miles de personas en el mundo han recuperado
la alegría y el encanto de la vida.

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Padre Ignacio Larrañaga

La resistencia y la adhesión

Causa pena observar cuántas energías consumen inútilmente los seres humanos por preocuparse de sucesos y realidades que ellos no pueden cambiar.

Toda preocupación es adhesión, sea por temor o por deseo.

Para desenvolver relaciones interpersonales armoniosas, necesitamos calma y paz. Y esa paz es amenazada, frecuentemente, por los acontecimientos que suceden en torno de nosotros. En ese caso, la persona queda adhesivamente fijado en un suceso, lo que le causa una perturbación general, la cual, a su vez, origina reacciones compulsivas frente a los demás miembros de la comunidad.

Necesitamos paz para poder amar, y dos cosas roban la paz y traen la guerra: la resistencia y la adhesión.

La resistencia es una energía liberada en contra de algo o alguien. En el temor pueden estar presentes, simultáneamente, dos emociones reactivas, opuestas entre sí: la de la adhesión y la de la resistencia. Vamos a suponer, por vía de ejemplo, que me van a remover de este lugar o de este cargo. Siento resistencia por la eventual remoción porque existe en mí una profunda adherencia emocional a dicho cargo. Hay que puntualizar que el temor es, siempre, una energía desencadenada para la defensa de un interés, que se siente amenazado.

La adhesión es un enlace emocional, tendido entre mi persona y otro alguien o algo, casi siempre inconsciente. Siempre que hay temor, tristeza, envidia, nerviosismo, agitación, angustia o resentimiento, es porque hay, sin darse cuenta, alguna adherencia a personas o sucesos del pasado, presente o futuro, por vía de rechazo o por vía de apropiación. Con la desvinculación mental, consciente y voluntaria, nosotros seríamos capaces de eliminar esos síntomas.

Necesitamos despertar. Debemos acostumbrarnos a detectar tales enlaces emocionales que se han fijado en nosotros a través de mecanismos condicionantes, y cortarlos con un acto de voluntad. Sería una excelente terapia purificadora. Pero no basta con entender. Es necesario ejercitarse. Se necesita paciencia. Los caminos de la libertad (para amar) son estrechos y largos. Debemos hacernos acompañar por la Esperanza.

Señor, hay nubes en el horizonte. El mar está agitado. Tengo miedo.

El recelo me paraliza la sangre. Manos invisibles me tiran hacia atrás.

No me atrevo.

Una bandada de oscuras aves está cruzando el firmamento. ¿Qué será?

Dios mío di a mi alma: Yo soy tu Victoria.

Repite a mis entrañas: no temas, Yo estoy contigo.

Extractado del libro Sube Conmigo de P. Ignacio Larrañaga