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Miles de personas en el mundo han recuperado la alegría y el encanto de la vida.

Talleres de Oración y Vida

Padre Ignacio Larrañaga

Miles de personas en el mundo han recuperado
la alegría y el encanto de la vida.

Talleres de Oración y Vida

Padre Ignacio Larrañaga

Dar la vida

¡Amor! Palabra mágica y equívoca.

¿Qué es el amor? ¿Emoción? ¿Convicción? ¿Concepto? ¿Ideal? ¿Energía? ¿Éxtasis? ¿Impulso? ¿Vibración? Lo que se vive, no se define. Tiene mil significados, se viste de mil colores, confunde como un enigma, fascina como una sirena.

Hay quienes piensan que no existe diferencia entre el amor y el odio, y que éste es la otra cara de aquél. Otros dicen que el egoísmo y el amor son una misma energía. Y así es. Sólo cambia el destinatario. Las calles están llenas de cantares, y los cantares están llenos de amor. En nombre del amor se inventan bellas mentiras, en su nombre la muerte se viste de vida y — ¡cuántas veces!— la vida se viste de muerte.

Sus banderas son una rosa y un corazón. Dicen que su cúspide más alta es el amor de una madre. Pero nos hablan también de las madres posesivas que, parece que aman hasta el paroxismo, cuando en realidad se aman a sí mismas. Todo está lleno de equívocos. Necesitamos poner claridad.

El hombre más sensible del Evangelio, respecto del amor, es Juan. Sus pensamientos y decires cristalizan en la preocupación fraterna. Tanto en el cuarto evangelio como en sus cartas, el amor fraterno es como una densa melodía que recorre las páginas, ilumina todo y lo llena de sentido. Ningún guía tan experto como Juan para esta peregrinación por los senderos de la fraternidad. En su compañía subiremos, a contra corriente, el río de la historia, hasta llegar al Manantial original de las aguas inmortales: Dios.

Juan comienza por identificar dos palabras: Dios y Amor. Ambas expresiones, para él, son como una estrella y otra estrella: contienen el mismo fuego. Si decimos que Dios es Amor, podemos agregar que donde está el Amor, allí está Dios. Caminando sobre la misma cadena, podemos llegar a otra conclusión: donde no hay amor, allí no está Dios; y donde no está Dios, no puede haber amor.

Pero sí, donde no está el amor, estuviera Dios, o, donde estuviera Dios, no hubiera amor, en los dos casos estaríamos ante la Mentira. En este punto. Juan se pronuncia con una radicalidad que asusta y espanta.

Aquél que dice: yo amo a Dios, y se desentiende de su hermano, es un mentiroso.

¿Cómo será posible amar a Dios, a quien no se ve, si no se ama al hermano a quien se ve?

El mismo Señor nos ordenó: el que ama a Dios ame también a su hermano (I Jn 4, 20).

Basado en el Libro “Sube Conmigo” de P. Ignacio Larrañaga