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Miles de personas en el mundo han recuperado la alegría y el encanto de la vida.

Talleres de Oración y Vida

Padre Ignacio Larrañaga

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Meditar y Vivir

Quedarse con el Padre

Llegué y entré en la soledad más profunda de mi ser. Encendí la luz de la fe y, ¡oh prodigio!, aquella soledad estaba ocupada por un Habitante: el Padre.

Si el Padre y yo nos encontramos en una habitación cerrada, ¿qué hacemos ahora? ¿Cómo adorar? Jesús viene a responder: ¡Cuidado con las muchas palabras! Ahora que el Padre está ahí en lo más secreto, quédate con El (Mt 6,6).

Quedarse con el Padre significa establecer una corriente atencional y afectiva con El, una apertura mental en la fe y en el amor. Mis energías mentales (lo que yo soy como conciencia, como persona) salen de mí, se proyectan en El y quedan con El. Y todo mi ser permanece quieto, concentrado, compenetrado, paralizado en El, con El.

Pero no sólo se trata de una salida mía hacia El, no sólo es apertura. Simultáneamente es acogida porque existe también otra salida —en el amor— de El hacia mí. Si El sale hacia mí y yo salgo hacia El, si El acoge mi salida y yo acojo su salida, el encuentro viene a ser un cruce y cristalización de dos salidas y dos acogidas. De esta manera se produce una unión convergente, profunda y transformante, en la que el más fuerte asume y asimila al más débil, sin perder la identidad ninguno de los dos.

Y así, desde el primer momento comienza el proceso transformante. Cuanto más profundo es el encuentro, la Presencia comienza a hacerse presente, impactar, iluminar e inspirar la persona en sus realidades más profundas como son el fondo vital, el inconsciente, los impulsos, los reflejos, los pensamientos, los criterios… Cuanto más vivo y profundo sea el encuentro, repito, en esa misma proporción la Presencia embiste, penetra y alumbra los tejidos más entrañables y decisivos de la persona.

El hombre comienza a caminar en la presencia del Señor (la Presencia está encendida en la conciencia). Los impulsos y reflejos, al salir afuera, salen según Dios. Y así, el comportamiento general del cristiano (su estilo) aparece ante el mundo revestido de la «figura» de Dios. Su figura se hace visible a través de mi figura, y así el cristiano se convierte en una transparencia de Dios mismo. De esta manera, el Señor sigue avanzando en la conquista de nuevos espacios, y como en círculos concéntricos cada vez más amplios, comienza la divinización de la humanidad. Pero todo comenzó en el núcleo de la intimidad. Allá están encerradas todas las potencialidades.

Tomado del libro “Muéstrame tu Rostro” Capitulo IV subtítulo: “Quedarse con el Padre” de padre Ignacio Larrañaga.