Quédate con el Padre
“Los que se acercan a la Luz verdadera, serán iluminados y brillarán como las estrellas del firmamento por toda la eternidad” .
“Señor Tú me sondeas y me conoces. Sabes cuando me siento o me levanto; desde lejos conoces mis pensamientos. Todas mis sendas te son familiares.
Antes que la palabra venga a mi boca, Tú Señor, la conoces enteramente.
Me cubres por detrás y por delante. Tu mano siempre sobre mí.
Esta ciencia tan misteriosa no la puedo alcanzar…”
(Salmo 139, 1-6)
En un silencioso recogimiento, en una callada adoración, uniéndome a toda la existencia en su totalidad, inclusive aquella que es oscura y dolorosa. Te saludo Señor como Divino Salvador; bendigo tu amor como el supremo liberador, dando gracias por sus innumerables beneficios y me abandono a Ti, dejando que me moldees y puedas acabar tu obra de perfeccionamiento.
En este momento, identificándome con tu Amor, no soy ya otra cosa que tu inagotable Amor que lo penetra todo, inflamando hasta el último átomo de mi ser dejándolo purificado y transfigurado. Tu Amor es un fuego inagotable que como mensajero va realizando su plan divino.
Luego ese mismo Amor se recoge silenciosamente y vuelve hacia Ti para aguardar en su éxtasis, una nueva Manifestación.
Oh victorioso poder del Amor Divino, Tú eres el soberano Padre Eterno del universo, eres su creador y su salvador; le has permitido salir del caos y ahora lo conduces hacia sus fines eternos. Entre esos fines está tu plan sobre mí.
Y ahora te digo:
¿Cómo te llamaré, oh Tú, que no tienes nombre?
Aquel que salió de los abismos de tu soledad, tu Enviado Jesús, dijo que eras y te llamabas Padre. ¡Fue una gran noticia!
En la quieta tarde de la eternidad, mientras eras vida y fuego en expansión, yo vivía en tu mente, me acariciabas como un sueño de oro y mi nombre lo llevabas escrito en la palma de tu mano derecha.
Yo no lo merecía, pero Tú ya me amabas sin un por qué, me amabas como se ama a un hijo único.
Desde la noche de mi soledad, levanto mis brazos para decirte: Oh Amor, Padre Santo, mar inagotable de ternura, cúbreme con tu Presencia que tengo frío, y a veces todo me da miedo.
Dicen que donde hay amor, no hay temor; ¿por qué, entonces, estos negros corceles me arrastran hacia mundos ignorados de ansiedades, miedos y aprensiones?
Padre querido, ten piedad y dame el don de la paz, la paz de un atardecer.
Yo sé que Tú eres la Presencia Amante, el Amor Envolvente, bosque infinito de brazos. Eres perdón y comprensión, seguridad y certeza, júbilo y libertad.
Salgo a la calle y Tú me acompañas; me enfrasco en el trabajo y quedas a mi lado; en la agonía y más allá me dices: aquí estoy, contigo voy.
Aunque intentara evadirme de tu cerco de Amor, aunque volara con alas de luz, es inútil… en un acoso ineludible, me circundas, inundas y transfiguras.
Me dicen que tus pies caminaron por los mundos y los siglos detrás de mi sombra huidiza, y que cuando me encontraste, el cielo se deshizo en cancines.
Con tanta buena noticia me has tornado en un hijo prodigiosamente libre. ¡Gracias!
Y ahora derriba mis viejos castillos, las altas murallas de mis egoísmos hasta que no quede en mí ni polvo de mí mismo, y pueda así ser transparencia para mis hermanos.
Y entonces, al pasar por los desolados mundos, también yo será ternura y acogida, alumbraré las noches de los peregrinos, diré a los huérfanos: “yo soy tu madre”; daré sombra a los extenuados, patria a los fugitivos y los que carecen de hogar se cobijarán bajo el alero de mi tejado.
Tú eres mi Hogar y mi patria. En ese hogar quiero descansar al término del combate.
Tú velarás definitivamente mi sueño, oh Padre, eternamente amante y amado. Amén.
Oración E-2 “Padre”
Canto C-38 “Padre”
Saber que soy tu hijo Señor, alegra mi corazón. Tu hijo soy, oh Señor.


