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Miles de personas en el mundo han recuperado la alegría y el encanto de la vida.

Talleres de Oración y Vida

Padre Ignacio Larrañaga

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EXPERIMENTA EL AMOR DE DIOS

OTRA NAVIDAD

 

¡Levántate y brilla, porque ha llegado tu luz; y la gloria del Señor sobre ti ha amanecido!

Mira como la oscuridad cubre la tierra y espesas nubes a los pueblos; mas sobre ti amanece el Señor y su gloria sobre ti aparece. (Isaías 60,1-2)

Querido amigo, los grandes misterios o, mejor dicho, las grandes transformaciones, se desarrollan en silencio profundo, pero a la vez clamoroso y elocuente para quien lo experimenta.

El amor gusta del silencio y se desarrolla en el silencio.

En un profundo silencio se encarnó el Verbo de Dios, sin ningún tipo de conmoción cósmica y en un continuo silencio se desarrolló en las entrañas de una mujer sencilla y silenciosa. Nació también en el silencio de una gruta y durante treinta silenciosos años se fue desarrollando en una pequeña y vulgar aldea.

Ignacio de Antioquía, uno de los primeros padres de la Iglesia, ya se percató del sentido profundo de la Navidad, cuando afirma: “Jesucristo procede del silencio del Padre… Dios despierta en mitad de la noche del mundo y, en virtud de una insondable decisión, emerge del silencio y se nos comunica lleno de gracia y de verdad en la Palabra eterna, encarnada”.

Ese despertar o amanecer, que anuncia Isaías, está destinado a ti, a mí y a cada uno. En algún momento tomaremos consciencia de que nos ha llegado esa Fuerza soberana, esa Luz que nos iluminará, ese Amor supremo que irá desarrollándose dentro de cada uno; pero que requiere una aceptación igualmente silenciosa, para que vaya madurando y desarrollándose en cada uno. En ese momento ya nada será igual, aunque el mundo siga en tinieblas, pero sobre ti y sobre todo aquel que sea capaz de acogerlo, comienza un nuevo amanecer.

Ahora rinde todo tu ser en una callada y profunda oración al Espíritu Santo, diciendo:

Omnipotente y Altísimo Espíritu de Dios, con la poderosa certeza de que Tú obrarás en mí el prodigio de manifestarte plenamente, me postro ante Ti y rindo en tus manos, todo aquello que aún permanece oscuro en mí; y en una profunda adoración, invoco tu acción purificadora, para transformarlo, y para que sea apto para manifestarte plenamente. 

Querido amigo, para irradiar hay que bañarse primero en el Mar Infinito del que es todo Amor. ¡Hay que experimentarlo! Por eso estos despertares, se producen de forma personal y en lo oculto de nuestro ser más profundo. ¡Levántate y brilla! Es equivalente a decir ¡Vive despierto, pero no disperso!

Señor, sin permitir a mi mente tener consciencia de lo que iba a suceder, ni de cómo iba a suceder, me has hecho presentir en este día, lo que esperas de mí; presentir tan sólo, puesto que es un primer paso muy tímido, por el camino maravilloso que has entreabierto ante mí. Ha sido como una ola creciente que iba cubriendo todo mi ser con sus aguas bienhechoras. Y esta vez era el corazón el que se llenaba así de todo el amor que hacías fluir por él… de tal manera que la totalidad de mi ser se ha puesto a amar cada vez más, sin objetivo definido… nada y todo a la vez… lo que conoce y lo que ignora… lo que ve y lo que jamás ha visto; y así, poco a poco, este amor en potencia se ha convertido en un amor efectivo, dispuesto a verterse sobre todo y sobre todos, en ondas bienhechoras, en una activa irradiación… Aunque comenzó de forma tímida y débil, he ido constatando que es esto lo que quieres y que esto es lo que significa que el Verbo nazca en mí.  ¡Que yo siempre busque hacer tu voluntad!

(Mirra Alfassa, de su diario de “Plegarias y Meditaciones” 24-12-1916)

Y ahora, querido amigo, en una profunda adoración te invito a terminar con este Canto de Alabanza, que salió de la boca de San Francisco de Asís, después de aquella bendita noche en que recibió los estigmas. Como puedes comprobar, ninguna referencia al yo, todo está volcado a un TU:

Tú eres Santo, Señor Dios único, que haces maravillas.

Tú eres fuerte, Tú eres grande, Tú eres Altísimo.

Tú eres el Bien, todo Bien, sumo Bien, Señor Dios, vivo y verdadero.

Tú eres caridad y Amor, Tú eres sabiduría. Tú eres humildad,

Tú eres paciencia, Tú eres seguridad. Tú eres quietud, Tú eres solaz,

Tú eres alegría. Tú eres hermosura, Tú eres mansedumbre.   

Tú eres nuestro protector, guardián y defensor.

Tú eres nuestra fortaleza y esperanza. Tú eres nuestra dulcedumbre.  

Tú eres nuestra vida eterna, grande y admirable, Señor.

(E-63 “Alabanza a Dios”)

 

Finalizar con el Canto C-52: “Tú eres el Bien”