Una de las fuentes más abrumadoras de tristeza humana son los fracasos. El fracaso es un concepto relativo y subjetivo, una vez más, un producto de la mente. Tú tenías un proyecto; calculaste que el proyecto alcanzaría, digamos así, cien puntos, pero, realizado ya el proyecto, resulta que tan sólo alcanzó cuarenta y cinco. Te parece un resultado negativo. Pero en realidad fue, simplemente, inferior a tus previsiones.
Entre frustrado y humillado, tú comienzas a rechazar mentalmente aquel resultado inferior a lo esperado y, a partir de este momento, comienza a transformarse en fracaso, y el fracaso comienza a presionarte o, al menos, tú así lo sientes y, en la medida en que tú sientes esa presión, la resistes con toda el alma y, en la medida en que tú la resistes, la presión del fracaso es aceleradamente más opresiva. Y así, encerrado en ese círculo vicioso, puedes llegar a ser víctima de profundas perturbaciones de personalidad.
Y de ahí nace la angustia que significa sentirse angosto, apretado. Pero despierta, hermano mío, no es que el fracaso te apriete a ti, eres tú quien está apretándose con tus repugnancias mentales contra el fracaso. Aquello que inicialmente fue un resultado inferior a tus cálculos, a fuerza de darle vueltas en tu cabeza, lo vas convirtiendo en una pesadilla que te avergüenza y entristece.
Es una insensatez. Despierta y huye del fuego.
Una vez que has puesto todo tu esfuerzo, se acabó el combate y todo está consumado, la sabiduría y el sentido común nos dicen que es una insensatez perder el tiempo en lamentaciones, dándote de cabeza contra los muros indestructibles de los hechos consumados. El esfuerzo depende de ti, pero los resultados no dependen de ti sino de una serie imponderable de causalidades.
Pon toda tu pasión y energía en el combate de la vida, los resultados déjalos, y queda en paz, una paz que llegará una vez que te hayas desasido de los resultados. Si los resultados no dependen de ti es una locura vivir oprimido, humillado, avergonzado por el espectro del fracaso.
Lo consumado, consumado está.
Es inútil llorar y lamentarse quemando energías de modo estéril. ¿Humillarse?, por nada; ¿avergonzarse?, de nada; ¿entristecerse?, por nada. Lo pasado déjalo en el olvido y mañana continúa en el combate de la vida con la plenitud de tus energías.
Tomado del libro: “El arte de ser feliz” Capitulo ll subtítulo: “El tiempo pasado” de padre Ignacio Larrañaga.








