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Miles de personas en el mundo han recuperado la alegría y el encanto de la vida.

Talleres de Oración y Vida

Padre Ignacio Larrañaga

Miles de personas en el mundo han recuperado
la alegría y el encanto de la vida.

Talleres de Oración y Vida

Padre Ignacio Larrañaga

Tentación de la nostalgia

La pobreza era exigente en Rivotorto. Eran los meses de otoño e invierno. A duras penas se defendían contra las heladas y los aguaceros. Encendían fogatas para calentarse y secarse. A veces no tenían nada que comer. Se iban por los campos alimentándose de remolacha y nabos. No sentían escrúpulo en lesionar la propiedad privada.

No era tiempo de recolección. No había trabajo estable en el campo. Algunos días, cuando el tiempo lo permitía, trabajaban en la sementera con los campesinos. Otros hermanos, los más, ayudaban en las leproserías. Algunos arreglaban el calzado o confeccionaban muebles. Todos, por turno, subían a las cárceles para profundizar en la relación personal con Dios.

—Éste es el noviciado de la nueva orden de caballeros de Cristo —pensaba el Hermano. Con la comprensión del Señor, séanos permitido abandonar por unos meses las salidas apostólicas —les dijo a los hermanos. Necesitamos crecer en la oración, en la obediencia y, sobre todo, en la fraternidad. ¡Oh, el corazón del hombre! —pensaba el Hermano—. Se puede entregar el cuerpo a las llamas, pero de pronto la añoranza puede inclinarlo como una caña de bambú.

Francisco tenía miedo; miedo de que el tentador se revistiera con vestiduras de nostalgia.

—Es la peor tentación —pensaba—, por ser la más sutil.

Había días en que caía la lluvia sin parar. Muchas veces quedaron bloqueados por la nieve. No podían salir del tugurio. Cruzados de brazos pasaban muchas horas en forzosa ociosidad, calados de humedad, filtrándose el viento y la lluvia por todas partes, con la mirada sobre las aguas turbias de la torrentera, sin alimentos.

En esos momentos, Francisco sentía que la tentación rondaba peligrosamente a los moradores de la cabaña, diciéndoles:

—Vida absurda, sin sentido. Mucho mejor vivir allá arriba en la ciudad, en las casas confortables junto al rojo fogón, junto a la esposa tierna e hijos cariñosos, alimentándose de la cosecha almacenada con el trabajo del año.

Conociendo los lados flacos del ser humano, el Hermano los reunía todos los días y les repetía estas palabras:

—Hermanos carísimos; Dios es nuestra esposa. Dios es nuestro fogón. Dios es nuestro banquete. Dios es nuestra fiesta. Teniendo a Dios en el alma, la nieve da calor, y los inviernos se transforman en primaveras. Desventurados de nosotros si no nos asistiera el Señor. Nos arrastrarían las corrientes de la tentación como esas aguas del torrente y sucumbiríamos. Como un hábil maestro, Francisco les enseñaba a zambullirse en los abismos de Dios; al regresar de esas latitudes, los hermanos eran capaces de afrontar la escarcha y la nieve y la nostalgia.

Tomado del libro “El hermano de Asís”. Capítulo IV, subtitulo: “Tentación de la nostalgia” de padre Ignacio Larrañaga.