Avanzando por entre las penumbras de las páginas evangélicas, vislumbramos un impresionante paralelismo entre la espiritualidad de Jesús y la de su Madre.
María, en el momento decisivo de su vida, resolvió su destino con la palabra hágase (Le 1,37). Jesús, llegada «su Hora», resolvió el destino de su vida y la salvación del mundo con la misma palabra hágase (Me 14,36). Esta palabra simboliza y sintetiza una vasta espiritualidad que abarca la vida entera con sus impulsos y compromisos en la línea de los Pobres de Dios.
Cuando María quiere expresar su identidad espiritual, su «personalidad» ante Dios y los hombres, lo hace con aquellas palabras: soy una esclava del Señor (Le 1,38). Cuando Jesús se propone a sí mismo como una imagen fotográfica, para ser copiado e imitado, lo hace con las palabras «manso y humilde» (Mt 11,29). Según los exégetas, las dos expresiones tienen un mismo contenido, dentro una vez más de la espiritualidad de los Pobres de Dios.
María afirma que el Señor destronó a los poderosos y encumbró a los humildes (Le 1,52). Jesús dice que los soberbios serán abatidos y los humildes, exaltados.
De estos y otros paralelismos que se encuentran en los evangelios, podríamos deducir que María tuvo una influencia extraordinaria y determinante en la vida y espiritualidad de Jesús; que mucho de la inspiración evangélica se debe a María como a su fuente lejana; que fue una excelente pedagoga, y su pedagogía consistió no en muchas palabras sino en vivir con suma intensidad una determinada espiritualidad, con la cual quedó impregnado su Hijo desde niño; y que, en fin, el Evangelio es en general un eco lejano de la vida de María.
Tomado del libro “El silencio de Maria” capitulo IV apartado: “El Hijo retrato de su madre” , de padre Ignacio Larrañaga.