La primera condición para “estar” con el Padre según Jesús, es: “Entra en tu cuarto” El concepto de ese “cuarto” hay que ampliarlo, entendiéndolo en sentido figurado. Hoy diríamos: hazte presente en la última soledad del ser.
Segunda condición: “Cierra las puertas”. Esas puertas no son de madera sino de otro género. En realidad, se trata de un encuentro singular de dos sujetos singulares que se hacen mutuamente presentes en un aposento particularmente singular: en espíritu y verdad.
Estas condiciones, hoy día, se sintetizan y se identifican con una palabra moderna: “silenciamiento”
Siempre me impresionaron las insistencias de San Juan de la Cruz:
“Aprender a estaros vacíos de todas las cosas interiores y exteriores,
y veréis como resplandece Dios”
No me cansaré de repetir: para que “aparezca” Dios, para que su presencia, en la fe, se haga densa y consistente para mi, es necesaria una atención purificada de presencias perturbadoras, preparando así, el aposento interior, vacío de gentes y clamores.
Cuanto más se silencian las criaturas y las imágenes, cuanto más despojada esté el alma, tanto más se percibirá que “el Padre está ahí, contigo”.
Los pájaros seguirán cantando, los motores zumbando, los niños gritando. Tú desliga la atención de todo eso, como quien oye todo y no escucha nada. Silenciar significa sustraer la atención a todo lo que bulle alrededor, de tal manera que el orante se haga ausente de todo, como si nada existiera. En cuanto al silenciamiento corporal, la palabra clave es soltar. Se suelta lo que está atado. Sentirás la sensación de que los nervios están atados, suéltalos; que los músculos están agarrotados, suéltalos. Soltar soltar es relajarse y relajarse es silenciar. La tensión es clamor; el relax, silencio.
Finalmente, silenciamiento mental. Los recuerdos, las imágenes y los pensamientos se desprenden, suéltalos. Los sentimientos y las emociones se te prenden, suéltalos, haciendo un vacío interior, como quien apaga la luz de la habitación.
Todo se ha borrado. Todo está vacío. Dentro de mí no hay nada, fuera de mí no hay nada. ¿Que queda? Lo más importante: la presencia de mí mismo a mí mismo en silencio y paz.
Solo en este momento puedo verdaderamente sentir y decir: tú eres mi Dios; estás conmigo.
Tomado del libro “Itinerario hacia Dios”. Capitulo III , subtitulo: “La cena que recrea y enamora” de padre Ignacio Larrañaga