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Miles de personas en el mundo han recuperado la alegría y el encanto de la vida.

Talleres de Oración y Vida

Padre Ignacio Larrañaga

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La Madre

María, según aparece en los evangelios, nunca fue una mujer pasiva o alienada. Ella cuestionó la proposición del ángel (Lc 1,34). Por sí misma tomó la iniciativa y se fue rápidamente, cruzando montañas, para ayudar a Isabel en los últimos meses de gestación y en los días del parto (Lc 1,39 ss). En la gruta de Belén ella, ella sola, se defendió para el complicado y difícil momento de dar a luz (Lc 2,7). ¿Qué vale, para ese momento, la compañía de un varón?

Cuando se perdió el niño, la Madre no quedó parada y cruzada de brazos. Tomó rápidamente la primera caravana, subió de nuevo a Jerusalén, recorrió y removió cielo y tierra, durante tres días, buscándolo (Lc 2,46). En las bodas de Cana, mientras todo el mundo se divertía, sólo ella estaba atenta. Se dio cuenta de que faltaba vino. Tomó la iniciativa y, sin molestar a nadie, ella misma quiso solucionarlo todo, delicadamente. Y consiguió la solución.

En un momento determinado, cuando decían que la salud de Jesús no era buena, se presentó en la casa de Cafarnaúm para llevárselo, o por lo menos para cuidarlo (Mc 3,21). En el Calvario, cuando ya todo estaba consumado y no había nada que hacer, entonces sí, ella quedó quieta, en silencio (Jn 19,25).

Es fácil imaginar qué haría una mujer de semejante personalidad en las circunstancias delicadas de la Iglesia naciente. Sin extorsionar la naturaleza de las cosas, a partir de la manera normal de actuar de una persona como María, yo podría imaginar, sin miedo a equivocarme, qué hacía la Madre en el seno de aquella Iglesia naciente.

Podría imaginar las palabras que diría al grupo de discípulos cuando partían hacia lejanas tierras para proclamar el Nombre de Jesús. Puedo imaginar qué palabras de fortaleza y consuelo diría a Pedro y Juan, después que éstos fueron arrestados y azotados.

Ella, tan excelente receptora y guardadora de noticias (Lc 2,19; 2,51), puedo pensar cómo transmitiría las noticias sobre el avance de la palabra de Dios en Judea y entre los gentiles (He 8,7), y cómo, con esas noticias, consolidaría la esperanza de la Iglesia.

Tomado del libro “El silencio de María” Capítulo I Apartado “la Madre” de padre Ignacio Larrañaga.