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Miles de personas en el mundo han recuperado la alegría y el encanto de la vida.

Talleres de Oración y Vida

Padre Ignacio Larrañaga

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Viaje al interior (salmo 139)

En el salmo 139, el salmista se sumerge en el mar del misterio interior, y, en ningún momento, emerge de allí, hasta el final; y, entonces, para disparar dardos envenenados contra los enemigos, no suyos, sino los de Dios.

Perdido ya el salmista en sus aguas profundas, el centro de atención, paradójicamente, no es el mismo, sino Dios.

Para penetrar en el núcleo del salmo y rezarlo con fruto es conveniente empezar por tranquilizarse, sosegar los nervios, descargar las tensiones, abstraerse de clamores exteriores e interiores, soltar recuerdos y preocupaciones; y así, ir alcanzando un silencio interior, de tal manera que el contemplador perciba que no hay nada fuera de sí, y no hay nada dentro de sí. Y que lo único que queda es una presencia de sí mismo a sí mismo, esto es, una atención purificada por el silencio.

Este es el momento de abrirse al mundo de la fe, a la presencia viva y concreta del Señor, y es en este momento cuando el texto del salmo 139 puede ser un apoyo precioso para entrar en una oración de contemplación.

Los vestigios de la creación, las reflexiones comunitarias, las oraciones vocales pueden hacernos presente al Señor; pero son, si se me permite la expresión, «partículas» de Dios. Las criaturas pueden evocarnos al Señor: una noche estrellada, una montaña cubierta de nieve, un amanecer ardiente, el horizonte recortado sobre un fondo azul nos pueden «dar» a Dios, pueden despertárnoslo, pero no son Dios mismo, sino evocadores, despertadores de Dios.

Y el alma verdaderamente sedienta no se conforma con los «mensajeros», como dice San Juan de la Cruz: «No quieras enviarme —de hoy ya más mensajero— que no saben decirme lo que quiero». Y comenta el místico castellano: «Como se ve que no hay cosa que pueda curar su dolencia, sino la presencia…, pídele le entregue la posesión de su presencia.» Más allá de los vestigios de la creación, y de las aguas que bajan cantando, el alma busca el manantial mismo, Dios mismo, que está siempre más allá de las evocaciones, de los conceptos y las palabras.

Para penetrar en el santuario del salmo 139, el hombre debe tener presente que Dios no sólo es su creador, no sólo está objetivamente presente en su ser entero, al que comunica la existencia y la consistencia; es preciso también tener presente que El lo sostiene, pero no a la manera de la madre que lleva a su criatura en sus entrañas, sino que, en una dimensión mucho más profunda, y distinta, verdaderamente Dios lo penetra y lo mantiene en su ser.

A pesar de esta estrecha vinculación entre Dios y el hombre, no hay, sin embargo, simbiosis ni identidad alguna, sino que, más bien, la presencia divina es una realidad creante y vivificante, realidad que el salmista verbaliza con una expresión de alto vuelo poético: «Todas nuestras fuentes están en Ti» (Salmo 87).

Tomado del libro “Salmos para la vida”, Capitulo VI, subtítulo “Todas mis fuentes están en ti” de padre Ignacio Larrañaga.